«Un futuro con ilusión»
Esta semana el diario EL PROGRESO publicó este reportaje con 3 de nuestros jóvenes tutelados por el centro de menores San Aníbal, en el que relatan cómo su estancia les ayudó a forjarse como adultos responsables.
Dicen que la suerte no es igual para todos, pero todos merecemos una oportunidad. Eso es justo lo que ofrecen en el centro de protección de menores San Aníbal, uno de los tres con que cuenta en Burela la entidad religiosa Hijas del Divino Celo Rogacionistas para ayudar a los más vulnerables. Un centro en el que son cada vez más los jóvenes que siguen vinculados al cumplir la mayoría de edad y eso es buena cosa, porque significa que han apostado por estudiar, aunque también los hay ya integrados en el mundo laboral que no pierden los lazos a pesar de haber finalizado la tutela.
En diversas circunstancias se encuentran Javier García Balseiro, Álvaro Nogueira y Éric Vázquez, todos ya mayores de edad que se animan a contar su experiencia que quieren que sirva también para visibilizar una situación que ellos no han provocado pero por la que son juzgados injustamente. El problema viene de la confusión entre centro de protección y centro de reforma, siendo este último al que entran por orden judicial para cumplir una condena o mientras están pendiente de juicio, que no es el caso de los menores tutelados en Burela, donde los jóvenes están por dificultades de sus progenitores para ofrecerles un entorno adecuado y es la Xunta la que decide su ingreso por desamparo familiar. En algunos casos son breves periodos de tiempo y en otros se prolonga durante años su permanencia en el centro.
Los chicos relatan episodios, incluso con las fuerzas de seguridad, en los que han tenido que aguantar comentarios como «algo faríades» cuando se identifican como usuarios del centro y aunque les hierve la sangre de indignación, optan por callar.
Al menos hasta ahora, cuando los tres se animan a contar un futuro al que miran con esperanza tras su paso por el centro. «Reconozco que soy muy quejica, pero si no hubiera llegado aquí no hubiera hecho el Bachillerato. Es una realidad», asevera Álvaro, que estudia su primer año de Ingeniería Robótica en Lugo y que se queja un poco de las restricciones que imperan en el centro donde se esfuerzan en que saquen adelante sus estudios. «Pierdes algo de naturalidad, de poder hacer lo que quieres, pero lo cierto es que te preparan para el mundo adulto», cuenta alguien que a sus 18 años lleva instalado en él mucho tiempo, pero que también valora «las vacaciones que han podido disfrutar, una experiencia que otros niños en su casa no podrían vivir», cuenta sincero.
A pesar de tener cumplida la mayoría de edad sigue tutelado con prórroga por el centro, al que acude todos los fines de semana porque compatibiliza estudios con trabajo. Es por este motivo que sigue unido a una institución en la que ingresó en 2019. Cursó BAC en un instituto de la localidad, de donde pasó a las aulas universitarias con una carrera nueva, «que estoy muy contento de haber escogido», asegura, aunque su sueño es ingresar en el Ejército.
Una meta que tiene desde los trece años y que seguro logrará porque es de conseguir lo que se empeña. Aunque su primer intento, en la convocatoria de oficiales sin titulación previa de acceso directo, falló en la prueba de inglés esperará a acabar la carrera para tomar rumbo a la academia de Zaragoza del Ejército de Tierra.
Su incursión en el mundo laboral está vinculada al restaurante Casa Villaronta de Ribadeo. «Es duro, pero pagan bien», cuenta el joven sobre una experiencia en la que este verano coincidió con Éric, que acaba de estrenar su mayoría de edad y con ello un nuevo cambio, pues sale del centro de Burela para volver a su casa familiar, con apoyo externo y supervisión de un programa especializado.
Una nueva situación que mira a la vez con esperanza y recelo mientras se forma en un ciclo dual de Mantenimiento Electrónico, con la vista puesta «en poder trabajar en los eólicos». Tiene bastante claro que no le apetece salir de España «y si puedo quedarme en Galicia, mejor», cuenta el joven, que estuvo menos de dos años en Burela, lo que aprovechó para hacer un ciclo medio, mientras descubría un buen trato que dice no tuvo en el anterior centro en el que ingresó. «Fui un niño mimado, pues pasé de no tener mucho a dejarme tener móvil y poder comprar ropa», recuerda sobre la etapa que cierra en San Aníbal, aunque la puerta queda entreabierta porque Javier ya le ha ofrecido apoyo en caso de que lo necesite.
Javier García es el mayor de los tres, 19 años, y el único que está independizado por completo de San Aníbal, donde ha pasado siete años tulelado, «con momentos bos e malo, como na vida».
La madurez de tener un trabajo que le permite ser independiente le hace mirar con distancia su etapa de estudiante, aunque acaba de salir de ella. «Arrepíntome moito de haber suspendido, porque capacidade tiña para sacalo pero o ser vago pode con un», relata sobre su abandono de la secundaria, que logró tras una FP Básica, lo que le permitió el acceso al ciclo medio de Mecanizado, «que me gustou e escollín o correcto». De hecho, no descarta hacer el superior, pero «cando estea máis estabilizado», cuenta desde su posición de trabajador en Industrial Recense, en A Pontenova, donde hizo las prácticas del ciclo y ya se quedó. «É un traballo gratificante», cuenta recordando que es el más joven de la plantilla y que su primer sueldo sigue aún intacto en el banco, «porque son moi peseteiro», dice sonriente.
«Por desgraza hoxe unha persoa sen cartos non é nada e se non os tes vanche mirar mal», cuenta sabedor de las dificultades de la vida, pero muy consciente de que «aínda que estou emancipado do centro sigo tendo relación con eles. Brindáronme o seu apoio, pero prefiro facer as cousas sen necesidade de que me axuden», explica.
Los tres saben que podrían ser un ejemplo para otros, un espejo en el que mirarse, pero la única imagen que algunos quieren ver es la de unos pringados que estudian y trabajan en lugar de divertirse. «Deberían aprovechar las oportunidades que te da el centro», resumen a modo de moraleja para intentar concienciar a los que vienen detrás.